Nunca he sentido que soy buena en la escritura. Las palabras nunca se me han dado bien y, no me considero una persona inteligente de ver.
Siempre creí que todo lo que escribía era tan…normal. ¿Por qué otros parecían escribir poesía con tanta facilidad mientras a mi se me complicaba hasta pensar?
Crecer en un país en el que la mayoría habla inglés y en mi casa hablan español, me confundía de sobre manera. En la primaria se hablaba español, pero incluso entonces algunas materias eran en inglés y el español era tan básico que ya lo sabía. Y cuando por fin estaba aprendiendo algo distinto, empezaron las clases en inglés. Todos los niños parecían conocerlo tan bien, mientras yo no tuve más remedio que aprender leyendo. No tengo idea de cómo, pero un día cualquiera empece a entenderlo. Leía y sabía lo que decía. Lo que fue incluso más confuso porque lo entendía, pero las palabras sonaban raras en mi voz. Tenía un acento, podía oírlo, y me avergonzó porque todos a mi alrededor parecían no tenerlo.
Siempre he sido una persona a la que le avergüenza todo, incluso pedir una hoja de papel. Así que, jamás intenté hablar el inglés, ni siquiera en casa. Lo sabía hablar, pero el acento que tenía me hacía callar. Practicarlo en casa jamás fue una opción, la dinámica entre hermanas siempre ha sido un constante: hablar y burlarse de la otra, y yo siempre he odiado que se burlen de mi. Había palabras que no entendía, pero que me avergonzaba preguntar a lo que se referían. Siempre que hablaba en clase con los maestros y terminaba olvidando todo por los nervios, terminaba colapsando internamente y el español se terminaba colando en la conversación.
Y, a pesar de todo, los elogios en mis escrituras nunca faltaban. Recuerdo onceavo grado, el año escolar en el que más escrituras hice (una cada semana). Era feliz, nunca había escrito tanto en mi vida. Pero las dudas y los miedos no estar a la altura de los demás, me mataban por dentro. No quería ser la mejor, sólo no quería ser la peor. Aprender es algo que siempre se me ha dificultado, entiendo lo que dicen, pero no lo entiendo. Sus palabras no se guardan en mi cabeza por más que me esfuerzo. Cuando el maestro explicaba juro que intentaba entender y, en cierto punto lo hacía, pero llegaba la hora de escribir y me perdía. Escribía y escribía y sentía que sólo había escupido palabras en la hoja. Al terminar decía: “espérate a mañana cuando el maestro lo revise y te diga que no tiene idea de lo que has escrito”. Me causaba tanto pánico entregar las escrituras. Sentía mi corazón martillear con fuerza en mi pecho apenas llamaban mi nombre. Y me iba con piernas temblorosas de vuelta a lugar cuando lo entregaba. Siempre nos pedía quedarnos para que la leyera enfrente nuestro. Mi pierna subía y baja debajo del escritorio mientras veía sus ojos deslizarse por la hoja. Y luego… decía las palabras: “Muy bien hecho” y yo me quedaba confundida, esperando que dijera que era broma, cuando no lo era, me ponía de pie y me iba sin poder creerlo.
Siempre decían que era buena escribiendo, pero nunca les creí, incluso ahora a veces dudo de mi. No les creo cuando les gusta lo que escribo, no les creo cuando dicen que soy muy buena. Nunca creo un elogio, tal vez porque jamás he recibido uno y el hacerlo ahora me hace pensar que es mentira.
Quizá sea buena escribiendo, o quizá no, lo que si se es que estoy orgullosa de lo mucho que he mejorado teniendo en cuenta que he tenido que aprenderlo sola porque con alguien más jamás se me ha quedado. Tal vez todo se deba a que jamás he sentido que sea buena en algo.
¿Y si no soy tan buena como dicen que soy? ¿Y si al leerme creen que es la peor abominación? ¿Cómo creerles cuando no puedo ver cuán genial soy? ¿Cómo creerles si mi propia mente me dice que soy la peor?
¿Cuándo podré ver el potencial que tengo si mis pensamientos me cubren la vista con un velo?