No quiero que el miedo me controle más
El miedo para mi, es algo que se obstaculiza en tu camino al éxito, que te mantiene presa en un mismo lugar, a conformarte por no querer fracasar
Miedo.
La palabra que me define de pies a cabeza.
¿Qué soy sin el miedo? ¿Quién soy sin él? Nunca lo he sabido realmente. Dejarme llevar por las cosas es algo que no se hacer. Siempre necesito llevar el control, necesito tener la certeza de que nada saldrá mal, de que no terminaré siendo un fracaso.
Creciendo he ido formando una imagen que retratar, una que se calla, que prefiere guardarse sus opiniones porque siempre terminan en discusiones. ¿Por qué expresarse tiene que ser algo malo? He retratado la imagen de la hija perfecta. No pido mucho, no discuto, no…existo. Me vuelvo igual de insignificante que una pared, que un cuadro al que un inculto va a ver a una galería de arte.
He aprendido a volverme invisible, a no hacer lo que quiero hacer y en su lugar a hacer lo que otros esperan de mí. Pero actuando ese papel, he terminado perdiendo la escénica que me hacía única, que me diferenciaba de los demás. No siempre fui callada, no siempre fui seria. Hubo un tiempo en el que hablaba más que un loro y expresaba algo si me molestaba. Era una niña con confianza. No tenía miedos ni inseguridades. Pero el querer retratar algo que no era por quedar bien, terminó creando a alguien llena de miedos e inseguridades, a alguien que calla por miedo. Me he convertido en alguien que no se sabe expresar. Cuando me duele algo no lo digo, no quiero ser una carga para los demás, ya suficiente tienen con sus problemas cómo para yo agregar uno más. Incluso de niña, al levantarme me aguantaba las ganas de llorar o recibiría un: “Llora y te dejare algo para que lo hagas de verdad” luego de que me dijeran que dejara de correr porque me caería. Con el tiempo aprendí a callar, a que llorar era sinónimo de debilidad. Si lloraba me iba mal. Si reía me iba mal. Si gritaba me iba mal. Comencé a dejar de ser una niña, dejé de ser infantil y jugar con muñecas me parecía algo demasiado inmaduro para mi edad. Aunque de vez en cuando me permitía hacerlo, me permitía ser una niña de verdad y no a ser una niña-adulta.
Caerme me causaba pavor. El dolor que los raspones causaban me hacían no volver a querer correr. Odiaba causarme cualquier mínimo daño porque no quería llorar frente a los demás. No quería quejarme y que me vieran débil. Quizá de ahí salió mi miedo a la caída.
Con el tiempo el miedo al daño físico escaló. Ya no sólo le temía a los raspones, a los juegos bruscos, ahora también le temía al fracaso incluso antes de aprender lo que era.
He dejado ir oportunidades por miedo a intentarlo, por temerle a la caída. Pude haber llegado lejos si tal vez me hubiera expresado, si hubiera hecho oír mi voz en lugar de ocupar el último lugar de la clase queriendo pasar desapercibida. Pude haber sido grande, pero no lo hice y ahora mis miedos me están cobrando factura.
Dejé ir oportunidades de enamorarme por miedo al rechazo. No me mal entiendan, hubo un tiempo en el que lo intenté, en el que me arriesgué y le confesé a un chico que gustaba de él, para al final terminar rechazada y con una amistad menos. Un mes después supe que había conseguido novia. Digamos que saber eso me lastimó a más no poder teniendo en cuenta que era mi primera decepción amorosa. E incluso entonces nunca lo conté. Temía quebrar esa imagen de chica fuerte así que me tragué mi dolor y viví mi primera decepción amorosa encerrada en mi habitación. Después de ahí le pille un miedo al amor. Meses después conocí a un chico que realmente me gustaba. No cometí el error de confesarle mi sentir. Aunque quizá el error fue ese: el callar, el no decir nada por miedo a perder su amistad —y por miedo a terminar rechazada una vez más— incluso aunque hubo indicios de que había algo más. Aunque claro, también los hubo la primera vez y mira cómo termino. Esa segunda ocasión, fue mi miedo quien me rompió el corazón. Hace apenas unos meses que vivía arrepentida por no haber dicho nada, por no haber hablado cuando lo tuve de frente meses después. Hubo miles de razones para no hacerlo, así como también hubo otras miles para hacerlo. Parecía que el destino se encaprichaba en juntarnos una y otra vez. Estuvimos a centímetros del otro, cara a cara como quien comparte un secreto, pero ninguno dijo nada. Supongo que el orgullo nos gano (en conjunto con el miedo, claro).
No se si ese chico y yo hubiéramos tenido una linda historia de amor. No lo sé porque una vez más el miedo me paralizo.
No quiero ser esta persona. No quiero vivir del miedo, quiero explorar el mundo sin ponerme a pensar en las mil cosas que pueden ir mal, quiero bailar y no sobre pensar en si me veo mal. Quiero salir de las cuatro paredes de mi habitación — lugar en el que me he mantenido presa por mi propia voluntad— y usar toda la ropa que he guardado para “cuando tenga el abdomen más plano” o “las piernas más anchas”. Quiero llevar mi libro a un lado sin miedo a que me juzguen como lo hicieron antes. Quiero combinar mi ropa y no pensar en la señora que pasa por mi lado me ve raro. Quiero vivir como solía hacerlo antes del miedo, antes de las inseguridades. Ya no quiero seguir forzándome a mi misma a un lugar o a una estética. Quiero tener raspadas las rodillas porque eso significa que al menos lo intenté.
No quiero seguir dejando que el miedo obstaculice mi futuro, a que yo me interponga en mi camino al éxito. Quiero ser libre. Y quizá en el camino me equivoque, tropiece, y en consecuencia obtenga un par de raspones, pero al menos tendré la certeza de que ha sido mi decisión, de que ésta vez no he dejado que el miedo decida por mí.





En serio que es un gusto poder leer todo lo que escribes porque de cierta forma logro verme reflejada en ti. Sí, también he perdido buenas oportunidades porque el miedo me paraliza (y a la fecha lo sigue haciendo), me he callado muchas cosas que he querido expresar por miedo, incluso me sucedió lo mismo con un chico, éramos amigos y yo nunca le dije nada por miedo, tiempo después me terminé enterando que sentía lo mismo. Y así, un sinfín de cosas que me han pasado pero no he dejado que sucedan por miedo. Lo bueno es que estamos creciendo, estamos cambiando la visión de las cosas y empezamos a ser un poco más conscientes de ellas.
Muchas gracias por escribir <3
No vivas una vida ajena, vive tu vida en el asiento del piloto. Si no, tus ojos solo serán vidrieras por las que ver al mundo sin sentirlo.
Me alegra saber de tu cambio de mentalidad, esta anécdota ha sido enriquecedora. Sigue sí, mucha suerte